El español es actualmente el segundo idioma del mundo con más hablantes nativos (cerca de 493 millones), el segundo más estudiado con 23 millones de alumnos en todo el mundo, y uno de los que más proyección tienen en el futuro, pues se calcula que unos 700 millones de personas lo hablarán en 2050. Es también la tercera lengua más utilizada en Internet y la segunda más hablada en EE.UU., donde se prevé que, para el año 2060, el 27% de la población será de origen hispano, por lo que no resultaría descabellado suponer que un día pudiera haber un presidente hispanohablante rigiendo el destino de la (por ahora) primera potencia económica y militar del planeta.
Pero aquí, en la nación que vio nacer al español, estos datos no nos impresionan. Y no porque nuestros políticos no quieran garantizar su enseñanza en algunas regiones, o porque la mayoría de ellos se empeñe en promocionar otras lenguas mucho más prestigiosas e «internacionales» en el resto del territorio. No, ni el catetismo nacionalista ni la tontuna bilingüe son los principales enemigos que tiene actualmente la enseñanza del español; el primero no deja de ser la dramática expresión de lenguas minoritarias que están a punto de morir, y la segunda solo sirve para que algún consejero presuma de innovación educativa, y para que ciertos padres libren a sus impresionables vástagos de la «morralla» que se ha quedado fuera de la línea bilingüe.
En realidad, el principal enemigo del idioma somos los propios españoles. Porque, a pesar de la evidencia de los datos, y en un arrebato de torpeza geoestratégica sin precedentes, hemos llegado a la conclusión de que importa más obtener un B2 que enterarnos de lo que leemos en nuestro idioma. O peor: que es preferible que a los estudiantes se les imparta en otra lengua las matemáticas y la biología, antes que exigir a las lumbreras que idean los planes de estudios que la enseñanza pueda servir para que el español sea en el futuro el idioma de las matemáticas y de la biología.
De hecho, creo que estamos tan narcotizados por lo que no es nuestro, que llegará el día en que veamos normal que algún partido proponga que el inglés sea la lengua vehicular de la enseñanza española.
Aunque, un momento. ¿No fue precisamente eso lo que propuso Ciudadanos en las elecciones de 2015 y obtuvo 40 diputados?