No creo en el carácter de los pueblos ni en la voluntad general; ambas son cualidades de los individuos, no de la masa. Sí estimo, en cambio, que sea posible que a la sociedad se la pueda manipular como si fuese una sola mente, dirigir su comportamiento mediante técnicas de ingeniería conductista que trascienden esas emociones o esos instintos de los que suelen echar mano la publicidad y cualquier tipo de propaganda. Creo también que el control social más eficaz en países que han asumido la mitología de la democracia no es el que apela al bajo vientre (o, al menos, no solo), sino el que recurre a los luminosos territorios de lo intelectual, el que se produce cuando el poder acota los debates públicos, restringe los puntos de vista y los difunde para dar la impresión de que la opinión es múltiple, dinámica y relevante. Creo que cuanta más obcecación hay por el debate, menos libertad real existe. Creo, en definitiva, que los debates son el bromuro de la ciudadanía.
Seguir leyendoMes: abril 2022
Francia es un fake
Siempre me ha parecido que la historia de Francia está sobrevalorada. A poco que uno atienda a los hechos más relevantes de sus últimos cuatro siglos, observará que su aportación al mundo no ha sido tan determinante como la mayoría de los historiadores se ha empeñado en señalar. Y más si se tiene en cuenta que casi todo lo que ha emprendido ha fracasado estrepitosamente. En realidad, su supuesta grandeur dura lo que dura Luis XIV en el trono, y aun así, su tentativa de imperio americano sale terriblemente mal.
Seguir leyendoEl segundo acto
En el Arte nuevo de hacer comedias, Lope de Vega dice que estructurar el argumento en tres partes es lo más adecuado para contar una historia, porque tres son también las edades del hombre. Por eso, a pocos años del medio siglo en este gran teatro del mundo, uno no tiene más remedio que preguntarse: ¿y si hubiera entrado ya en el segundo acto de la obra? ¿No estaría así explicada la sensación de permanecer en este destierro perpetuo, en esta vasta tierra de nadie?
Seguir leyendoPersonillas
Poco a poco veo más rostros descubiertos en mi trabajo, sobre todo entre los estudiantes (no así entre los profesores, qué curioso), lo cual ha hecho que esta primera semana sin mascarilla obligatoria no haya reconocido a casi nadie. El día antes de la «liberación», se me ocurrió preguntar a mis alumnos si, ahora que podían, vendrían a clase con la cara destapada. La mayoría contestó afirmativamente, pero me sorprendió que los que aún se mostraban reticentes adujeran por unanimidad que seguirían llevándola porque les daba vergüenza quitársela.
Seguir leyendoHiperlongevidad
Enfriamiento. Implosión. Expansión eterna. Según algunos físicos, una de estas posibilidades será el final del universo. Y después, no habrá un después. Por eso, el sueño de la inmortalidad no existe; existe el sueño de la hiperlongevidad. Ambos se confunden porque ni siquiera la fantasía puede concebir el final de todo. Deseamos prolongar la vida, no ser eternos. Ulises elige envejecer en Ítaca y rechaza la inmortalidad que le ofrece Calipso. Aunque la cuestión se vuelve sobrecogedora si nos preguntamos: ¿qué hace que una inmortal pueda enamorarse de un hombre de carne y hueso?, ¿su caducidad tal vez?, ¿acaso los dioses nos han hecho perecederos porque envidian que podamos morir?
Seguir leyendoLa aristocracia de la tilde
La mayor parte de las faltas de ortografía que cometen mis alumnos son faltas de acentuación. Ellos se desesperan con la intransigencia con que suelo corregirlas, y siempre terminan haciendo la consabida pregunta de todos los años: para qué sirven las tildes si se puede entender un texto sin ellas. Yo entonces, harto de tener que justificar la utilidad de lo que enseño en clase, les digo que, para mí, las tildes son lo que para un alemán, por ejemplo, es el motor de un BMW, es decir, algo de lo que sentirse orgulloso. Porque, como los automóviles en Alemania, las reglas de acentuación son de las pocas cosas que, en los tiempos que corren, funcionan bien en nuestro país.
Seguir leyendoViajes
Somos la última generación del Romanticismo. Nos gustan las mismas reliquias y adoramos a los mismos dioses. Seguimos hablando de genio y de originalidad, creemos que todo hombre oculta a un poeta y todavía consideramos el mundo como un misterio insondable. Pero de entre todas las supersticiones románticas que permanecen enquistadas en las glándulas de occidente, tal vez la más palmaria sea esa pulsión por el viaje que parece consumir a mis contemporáneos. ¿Por qué la gente quiere viajar a toda costa? ¿Qué es lo que otorga al viaje el prestigio social que hoy posee? Y sobre todo: ¿por qué se nos vende como una conquista personal que, a su vez, es reveladora de un estatus o de un carácter?
Seguir leyendoCuerpo y alma
Aún somos almas encerradas en la cárcel del cuerpo. Aún caemos en él cuando nacemos y lo consideramos un obstáculo para la verdad y la virtud. Seguimos creyendo que el cuerpo, con sus sentidos limitados y sus bajas pasiones, sume a la persona en la infelicidad y la ignorancia.
Seguir leyendoAutobombo 2.0
Apenas promociono mis libros en las redes sociales, es algo que me supera. Y cuando lo hago, termino sintiendo una mezcla de pereza plebeya y pudor aristocrático. No puedo evitar inhibirme en cuanto me percato de que llevo hablando de algún libro mío demasiado tiempo. De hecho, la más insustancial palabra referida a él me incomoda, aunque haya sido una mención que sobrevuela de pasada. Siento el mismo decoro de las ocasiones en que me veo obligado a hablar de mí mismo. Quizá es que en el fondo considero que lo que escribo es una extensión de mi persona y por eso me cierro en banda, o también que, cuando me dirijo a gente que casi no conozco, de pronto mis habilidades sociales descienden al nivel de un cangrejo ermitaño.
Seguir leyendoQue le den
Creo que ha llegado la hora de que los profesores de literatura captemos el mensaje que los políticos nos envían con cada nueva ley educativa. En el mundo que estos llevan décadas inventándose, no hay lugar para disciplinas como la nuestra. Su distopía cutre y pueblerina hace tiempo que exige que esté prohibido aquello que no tenga ninguna aplicación social o que evite que el alumno sea empaquetado y servido en el mercado laboral del futuro sin que al menos se plantee por qué el mundo se parece cada vez más a una serie de Netflix. España no puede permitirse que sus camareros, sus putas y sus guías turísticos hayan leído el Quijote, ni tampoco que sus médicos o sus ingenieros sean capaces de experimentar placer estético alguno o sentirse tentados por cierta curiosidad improductiva.
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